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viernes, 13 de noviembre de 2009

El vapor de una ducha tibia
un aroma deliciosamente familiar
un ocaso o un amanecer cobijado en brazos
una caricia tibia, deliciosamente familiar como un ocaso o un amanecer

Para mis amigos.

Buscarte a oscuras
Saber que estas
Saber que estoy
Soltar la risa
Atender tus brazos
Sentir el perfume en mis manos
Recolectar tus lagrimas
Idolatrar tus creaciones
Cerrar los ojos y seguirte sin pensar
Llevarte de paseo
Disfrutar del sol en la cara o del viento con arena en la playa
Beber una copa
Sentir el calor
Mirarte a los ojos
Llorar
Crecer
Reir
Escuchar la vida
Saber que es real
Soñar despiertos
De a pocos, de a muchos
Llover sobre la gente
Sorprendernos
Emociarnos descubriendonos cosas nuevas
Filtrando lo colores hasta lo puro
Cuidarnos sin descanso
Abrazarte muy fuerte cuando nos encontramos
Y aun mas fuerte cuando nos despedimos
Querernos cada vez Más!!!

jueves, 2 de agosto de 2007

Viaje

Blanca de nombre y de color, amanece. El cielo teñido de azucar anuncia amor y las gotas descongelándose ya de la punta de las hojas, se preparan para morir contra suelo. A su derecha Aníbal, Anna, Astor y Carlitos, a su izquierda Enrique, Osvaldo y Azucena. La radio morada del viejo Diógenes asomada al balcón escupe un tango a la mañana y todos se unen a la milonga. Blanca despega, recoge un pétalo de amapola y encara las cinco esquinas para aprovechar el buen viento, dobla en cinco y veintiséis bordeando la plaza, cruza el boulevard de la cancha de bochas en contra mano. Hoy el horno panadero esta de buen humor y le respira humo celeste al pasar. Se mete entre los rascacielos tomando los diez callejones para desembocar en el pequeño valle artificial colmado de diminutos árboles con flores enredadas en sus pechos y divisa los choclos secándose en los techos del reducido conjunto de casitas en medio de la campiña. Las hermanas Lorey cruzan el umbral al mismo tiempo que Blanca pasa por allí, Eva cierra la puerta y la suerte cae sobre Clara. Blanca llega a tiempo al palomar para despedir a su tía Rudy que emprenderá viaje hacia Bonn.
Dietrich despierta, estira su brazo hacia el lado opuesto y el vacío lo abruma.

Doce...

Doce pelos sobre las ramas del nido abrigaban los huevos en el hueco doce de la hora, mientras la aguja caía en el seis, Dietrich volvía de su viaje con tierra roja en sus bolsillos. Alzo su brazo con cansancio para saludar a la bella chica de la dulcería, quien sorprendida de verlo le hizo señas para que entrara. La puerta chillo doce veces hasta que apagó la briza que se escurría de la calle y sus pies sacudió contra el piso. Doce segundo duro el abrazo que él recibió y doce veces latió el corazón de Clara, pero el extremo agotamiento no lo dejo sentir. Doce preguntas ella le formulo antes de que él siquiera pudiera dar un respiro, sin entender hablaron largo y tendido, en realidad fueron solo doce minutos. Clara sacó de atrás del mostrador una bolsa de papel madera con once caramelos de apio y uno de naranja, él acepto agradecido el presente y se marcho. Cruzo la plaza y camino doce cuadras hasta su casa, se paro frente a la gran puerta de madera, metió la mano en la bolsa de caramelos y azarosamente saco el de naranja. Doce vueltas le dio la llave en la cerradura, subió los doce escalones y la puerta de su morada se abrió llevando consigo un beso significativamente feliz que choco contra sus labios. Después de cenar se amaron doce horas hasta el amanecer.
Eva pasó la noche en la plaza mirando las estrellas y su hermana Clara sin saber el camino a casa, durmió entre chocolates y lágrimas.

martes, 31 de julio de 2007

Parte 1

El sol se proyectaba sobre el agua helada del bebedero de mármol, mientras que una hoja patinaba sobre él simulando ser una bailarina. La gente se iba deslizando lentamente buscando aprovechar los últimos rayos de luz la de plaza. Dos gatos se perseguían sobre los toldos de las tiendas, mientras eran capturados por el lente de un extraño personaje de gran estatura y poca carne, que encorvado hasta casi formar una U al revés, mascaba tabaco y silbaba notas con delirio. Eva saboreaba su helado de melón y avellanas con gran disfrute sentada detrás de los estirados barrotes que custodiaban el jardín de flores amarillas, sin ser afectada por la abrumadora temperatura que descendía precipitadamente. Trataba de concentrarse en el aroma del rocío otoñal que caía sobre el pasto que poco a poco iba perdiendo su color a la vez que agitaba sus sandalias blancas tratando de seguir la melodía que se desprendía de los labios del lungo, sus ojos espiaban a ratos las líneas en el papel de un joven que con su pluma retrataba la torre de reloj del molino de arena que cada año se inclinaba mas y mas, amenazando con devorarse todo en su caída de un solo bocado.