jueves, 2 de agosto de 2007

Viaje

Blanca de nombre y de color, amanece. El cielo teñido de azucar anuncia amor y las gotas descongelándose ya de la punta de las hojas, se preparan para morir contra suelo. A su derecha Aníbal, Anna, Astor y Carlitos, a su izquierda Enrique, Osvaldo y Azucena. La radio morada del viejo Diógenes asomada al balcón escupe un tango a la mañana y todos se unen a la milonga. Blanca despega, recoge un pétalo de amapola y encara las cinco esquinas para aprovechar el buen viento, dobla en cinco y veintiséis bordeando la plaza, cruza el boulevard de la cancha de bochas en contra mano. Hoy el horno panadero esta de buen humor y le respira humo celeste al pasar. Se mete entre los rascacielos tomando los diez callejones para desembocar en el pequeño valle artificial colmado de diminutos árboles con flores enredadas en sus pechos y divisa los choclos secándose en los techos del reducido conjunto de casitas en medio de la campiña. Las hermanas Lorey cruzan el umbral al mismo tiempo que Blanca pasa por allí, Eva cierra la puerta y la suerte cae sobre Clara. Blanca llega a tiempo al palomar para despedir a su tía Rudy que emprenderá viaje hacia Bonn.
Dietrich despierta, estira su brazo hacia el lado opuesto y el vacío lo abruma.

Doce...

Doce pelos sobre las ramas del nido abrigaban los huevos en el hueco doce de la hora, mientras la aguja caía en el seis, Dietrich volvía de su viaje con tierra roja en sus bolsillos. Alzo su brazo con cansancio para saludar a la bella chica de la dulcería, quien sorprendida de verlo le hizo señas para que entrara. La puerta chillo doce veces hasta que apagó la briza que se escurría de la calle y sus pies sacudió contra el piso. Doce segundo duro el abrazo que él recibió y doce veces latió el corazón de Clara, pero el extremo agotamiento no lo dejo sentir. Doce preguntas ella le formulo antes de que él siquiera pudiera dar un respiro, sin entender hablaron largo y tendido, en realidad fueron solo doce minutos. Clara sacó de atrás del mostrador una bolsa de papel madera con once caramelos de apio y uno de naranja, él acepto agradecido el presente y se marcho. Cruzo la plaza y camino doce cuadras hasta su casa, se paro frente a la gran puerta de madera, metió la mano en la bolsa de caramelos y azarosamente saco el de naranja. Doce vueltas le dio la llave en la cerradura, subió los doce escalones y la puerta de su morada se abrió llevando consigo un beso significativamente feliz que choco contra sus labios. Después de cenar se amaron doce horas hasta el amanecer.
Eva pasó la noche en la plaza mirando las estrellas y su hermana Clara sin saber el camino a casa, durmió entre chocolates y lágrimas.